Recojo lo que Robert Amberlain escribió de la película.
Más que nada por aportar datos nuevos a los comentarios de la misma:
Citar:
Los milicianos del Gobierno de Vichy se abatieron sobre los templos masónicos como chimpancés furiosos, llegando a veces incluso a destrozar los suelos y los techos, como en el templo más que centenario de la calle La Condamine de París, esperando así encontrar los esqueletos de las «víctimas» de los puñales masónicos, pues habían tomado las calaveras que figuran en las «salas de reflexiones», compradas en las tiendas de los osteologistas cercanas a la Escuela de Medicina, por las de dichas «víctimas». Un policía del servicio de sociedades secretas, sito en la plaza Rapp, lanzó incluso a sus avispados sabuesos tras la pista de Louis-Claude de Saint–Martin, muerto en 1813 y que, en su opinión, vivía todavía en Saint-Cloud.
Se rodó una película contra la Orden, Fuerzas ocultas, presentada al público el 9 de marzo de 1843. Hay que decir que los ritos se observan en ella con tal perfección
[Fue dirigida por Jean-Marquès Rivière, ex masón de la Grande Logia de Francia, autor de La trahison spirituelle de la F.·. M.·., el cual dejó París poco antes de la insurrección, escoltado por milicianos, y fue condenado por contumacia a trabajos forzados perpetuos, por haber colaborado durante cuatro años con la GESTAPO en este aspecto.]
que, en la oscuridad de la sala de proyección, se oían con frecuencia las reflexiones admirativas del público con respecto a las ceremonias masónicas. Y la Exposición antimasónica del Petit Palais de París tuvo exactamente el efecto contrario al pretendido.
Sus organizadores, los mismos que costearon la película, esperaban sarcasmos y risas, y el público visitó el conjunto en un silencio recogido, a pasos lentos y silenciosos. Puedo afirmarlo, puesto que me hallaba presente. Y recordaba entonces lo que había escrito para concluir mi libro Dans l´ombre des cathédrales4, publicado en la primavera del angustioso año 1939.
«Y aunque el huracán materialista y negador consiguiese incendiar el mundo, aunque nuevos bárbaros, asolando bibliotecas y museos, cumpliesen la terrible profecía de Henri Heine, aunque el martillo de Thor aplastase definitivamente nuestras viejas catedrales y su maravilloso mensaje, nos empeñaríamos en seguir creyendo en la salvaguardia del saber esencial.»(...)
Por eso, el sábado 19 de agosto de 1944, en París, salieron los fusiles de sus escondites de cuatro años para siete días de combate.
Los dulces, aunque peligrosos, pacifistas iluminados de antes de la guerra no lo habían previsto.
En efecto, para reparar la loca imprevisión y el rechazo de lo real de algunos masones, varios miles de ellos tuvieron que morir en la deportación o fusilados a causa de sus actividades en la Resistencia, o bien fallecidos poco tiempo después de su regreso de los campos de la muerte, como mi queridísimo hermano y amigo André Bastien, quien gritaba a veces en sus pesadillas nocturnas, reviviendo lo que había sufrido en Rawa-Ruska y en Dora. Entre todos esos muertos, algunos nombres pasarán a la posteridad, en unión de los más conocidos de Jean Moulin, Pierre Brossolette, Gaston Delaive, Constant Chevillon.
Quiera Dios que se beneficien del voto piadoso de la liturgia latina: “Dadles, Señor, el descanso eterno y que la luz que no se apaga brille para ellos ...”. La “luz” de la que estaban tan orgullosos de ser los “hijos”.
Amen